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This essay is in Spanish, but also available in English.

El 2019 y 2020 fueron un torbellino. Pasé meses viviendo en Boston y en Costa Rica, cuidando a mi papá a través de su enfermedad y su eventual muerte, reconfortando a mi mamá y a mis hermanos, y siendo confortado de vuelta.

Aunque el 2020 fue sin duda un año peor para mucha otra gente que para nosotros, yo siempre lo recordaré como el año en que murió mi papá. Si hubo un lado positivo de la crisis del COVID, para mí fue poder pasar tiempo de calidad con él en sus últimos días. Estuve de vuelta en mi casa una gran parte del verano, y después de hacer cuarentena con mi hermano y sus esposa al llegar, pude vivir con mis papás por casi un mes. Estaba desayunando, almorzando, y cenando con mi papá a diario, algo que no hacía desde que me gradué del colegio y me fui de Costa Rica hace más de diez años. Gracias al COVID, podía trabajar remotamente sin problema. Trabajando desde allá, le pude pedir su consejo al decidir mis próximos pasos, y pude compartir mis logros cara a cara haciendo sobremesa. Haber estado allá cuando me enteré de mi promoción a gerente en Apple, y poder haber visto su reacción a la noticia en persona no tuvo precio.

Me enteré de su fallecimiento aterrizando en O’Hare. Iba a visitar a la familia de Hannah, pero ni siquiera salí del aeropuerto. Me di vuelta y me monté en otro avión. Justo lo había llamado por FaceTime desde el gate en SFO, y le dije una vez más cuánto lo quería. Él me dijo que esa mañana se sentía mejor. Todo fue tan repentino, y a la vez tan anticipado.

El lado positivo del COVID también implicó poder pasar el duelo con mi familia. Logré llegar a tiempo para su funeral, y me quedé para el mes de luto de los shloshim. Montarme en ese avión de regreso a San Francisco fue difícil.

He querido escribir sobre ésta experiencia por un tiempo, pero por algún motivo no lograba pasar de la pantalla en blanco por meses. La tarea se sentía monumental, sabiendo que sería imposible escribir algo suficientemente significativo. Este post ni siquiera es sobre él, sino sobre mí y mi experiencia al perderlo. Como dijo mi mamá cuándo estábamos tratando de decidir que epitafio poner en su lápida: “no hay suficiente piedra en el mundo…”

En su último año y medio, hubo pocas frases que repitió más que “¿Cómo le vamos a hacer?” Solo dos me vienen a la mente:

  1. No se peleen entre los hermanos, y
  2. Cuiden a su mamá

Me es increíble pensar que ya pasaron dos años enteros sin él. Éstos años han sido difíciles, muy difíciles, pero también han sido un momento de unión familiar. Un momento que demuestra que el amor que tenía Szapsa Burej for su familia no era un valor que solo enfatizó en sus últimos días. Él nos preparó para ésto toda su vida. Sus prioridades no podrían haber estado más claras, y eso se lo agradezco.

Al final, la responsabilidad de escoger el verso que grabaríamos en su lápida me tocó a mí. Estudié y leí mucho hasta que encontré algo adecuado:

Como manantial que fluye continuamente (Pirkei Avot 6:1)

כמעיין המתגבר (פרקי אבות ו.א)

Pa, te voy a extrañar.


El borrador original de éste post fue escrito a pedazos, durante noches sin dormir del último par de años.