Curiosidad, o la naturaleza exponencial del intertexto

Curiosidad, o la naturaleza exponencial del intertexto

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Agarre cualquier libro de su estante y lea las primeras páginas. Lo más probable, usted acaba de saltarse, sin saberlo, unas cuantas referencias implícitas que el autor dejó ahí en anticipación de un lector informado, alguien que, a diferencia de usted, habría leído los mismos tomos que el escritor, y quien se habría guardado las mismas lecciones. Probablemente, también, el autor cita explícitamente otras obras, algunas que usted pudo reconocer, sin necesariamente sentirse íntimamente familiar con ellas. Tal vez, usted reconozca bien los escritos referenciados. Con suerte, es incluso posible que reconozca los argumentos con o sin alusión directa a su origen.

Los libros son artefactos históricos, cristales creados por una persona definida por los tiempos en los que vivió y los lugares que habitó mientras escribía. Al igual que el río heracliteano, ni siquiera el autor mismo podría regresar al estado mental que le permitió escribir su obra maestra, entonces, ¿cómo podemos esperar comprender completamente el significado de una obra de arte? Pista: no podemos. No hay tal cosa como un único significado verdadero. Esto es, al menos en parte, por lo que Samo Burja señala que releer libros es tan valioso.

El hecho de que los libros sean artefactos de un tiempo y lugar específico no significa que estén congelados en el tiempo. El significado que un autor tenía en mente cuando aprobó que su manuscrito fuera a la imprenta, o cuando presionó el botón de “publicar” en su blog, no puede ser el mismo significado que nosotros como lectores le asignamos a la hora de leer. Mientras más tiempo haya pasado desde la publicación original, es más probable que un libro haya ganado vida propia. El lector de un libro escrito hace un siglo percibe una capa de significado enteramente diferente, relacionada a la vida moderna, de maneras que el autor no podría haber pensado originalmente. Aún así, la flecha del tiempo no lo es todo, y es posible imaginar que un escritor hace referencias a un libro que lo precede cuando él mismo desconoce las influencias en su propio trabajo. Los humanos somos máquinas de buscar patrones, e incluso el lector más determinado es fácilmente engañado, encontrando intertextos donde realmente no hay ninguno.

Este modelo se puede resumir en la siguiente tabla:

Referencia Faltante Implícito Explícito
EncontradaEl libro ha ganado vida propiaFelicidades, usted ha leído mucho de este temaBueno, era obvio
No encontradaComo era la intenciónVaya y lea másAgréguelo a su lista

Al igual que el significado de un libro cambia con el tiempo y depende del lector, también así cambia su valor. Cuantos más libros leemos, más referencias del próximo libro asimilamos. Cada libro nos da más herramientas para entender lo que el autor realmente intentaba transmitir. Los libros viven en un contexto, por lo que al leer más, más inteligible se hace el contexto del próximo libro. Gracias al poder del intertexto, el conocimiento es exponencial. Cada libro que leemos hace que queramos leer otros N, aumentando el valor de leer esos mismos libros gracias a la comprensión más profunda que obtendremos en la primera lectura. El conocimiento premia la curiosidad.

Como Jason Somers escribe, “Los buenos libros son casi fractalmente profundos: encontramos mundos enteros donde sea que busquemos, y sin importar que tanto nos acercamos.” A veces, si nos acercamos donde nadie nunca había estado antes, encontramos mundos que ni siquiera estaban ahí en primer lugar. Si usted necesitaba una excusa para pasar más tiempo leyendo libros, ahora la tiene. Vaya y busque nuevos mundos.


Foto: Río de reflección, Vienna, Austria, por mí. Anteriormente compartida en Europa II, Wien MMXIX.

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